sábado, 23 de enero de 2010

Sra. Aristas por unos minutos.

Ahora mismo estoy centrada en las dos asignaturas que me quedan para acabar la carrera. Sí, a un lado tengo los apuntes de una y a otro los de la otra.
Siempre que me pongo a estudiar saltan mis carencias a la vista y a la pista. Acabo dándome cuenta que empecé tarde a estudiar, que tardo en retener conceptos porque pierdo el tiempo en quejarme: ¡esto nunca me va a servir para nada! Bueno un poquito sí, o no, no no, no me va a servir porque yo esto no lo voy a usar nunca, aunque... se puede considerar como culturilla general... ¡Oah! Pero si ha pasado media hora y solo he leido dos líneas.
Otra cosa que me provoca estudiar es la pérdida de la capacidad intelectual. Sí, es muy contradictorio que cuando pasas horas y horas tratando de aprenderte cosas que en su mayoría solo servirán para que te den un trozo de papel firmado por el Rey, y para que en lugar de pagarte muy poco te paguen poco, pero ¡ey, siempre podrás hacer un master! pierdas la capacidad de razonar y deducir.
Bien, mi pérdida de capacidad intelectual sale a la luz cuando me enfrento a situaciones nuevas, las cuales tenía interiorizadas y mecanizadas, pero de otra forma. Un claro ejemplo de ésto me sucedió el jueves pasado.
Muy aplicada yo he empezado a estudiar dos semanas antes de los examenes, dos semanas en mí es como decir un mes y medio antes. Total que siguiendo la estela de ese aplicamiento repentino quise hacerme con los apuntes que me faltaban y que había dejado la profesora en reprografía.
Acompañada de una amiga me dirigí a la fotocopistería, sabía que había un sistema nuevo, pero me sentía con fuerzas para afrontarlo. Como la cola era lenta, muy lenta, esperé un poco a ver cómo iba ahora la cosa. Ahora no tienes que buscar en un papel el número de tu asignatura, decírselo a la persona que te atienda y ya, no, ahora tienes que ir a un ordenador para mandarlo directamente a las fotocopiadoras y cuando, después de un siglo, llegues al mostrador, les dices el número de tu archivo y listos.
Os puedo asegurar que entre la cola y los ordenadores para buscar el archivo no me separaba más de un paso, pero al andarlo... envejecí sesenta años y el ordenador se convirtió en un teléfono móvil de última generación. Ahí estaba yo, ya, Sra. Aristas con bastón y todo, intentando llamar a mi hermana por el móvil que me han regalado mis nietos y que solo consigo bloquear. Apago. Enciendo. Bloqueo. Apago. Enciendo. Marco dos números. Borro, ah, no, bloqueo. Apago. Antes era todo mucho más fácil, no sé qué le ven a esto de bueno los jóvenes. Sientes risitas a tu alrededor. Envejeces un poquito más y maldices a la tecnología.
Más o menos eso fue lo que pasó, no entendía bien el sistema,pero al final me hice con él, le acorralé, le amenacé y llegué hasta los archivos que quería: "Pedir en el mostrador", perfecto, al final todo iba a ser como antes.
Medio siglo después llego al mostrador, la chica me pregunta qué quiero, una pizza, digo, (que no, que no dije eso, pero hubiera sido muy gracioso, jijiji).
Mirándole a los ojos le digo: quiero los apuntes de la profesora tal ( pongo tal porque no me da la gana poner su nombre y el único mote que se me ocurre es la hija del domonio y me parece muy feo, si apruebo se lo cambio).
La chica me dice: qué número es.
Aquí empieza lo bueno:
Srta. Aristas: Ninguno, no tiene, pone que hay que pedirlo aquí.
Chica: Sí, pero qué número tiene.
Srta. Aristas: Eh.. ninguno, que no tiene.
Chica: pues tienes que mirar el número.
Srta. Aristas, ya roja como un tomate por ser tan toli y un poquito también de furia: ¡pues ahora lo miro!

Otra vez con sesenta años más me enfrento a la maldita máquina, esta vez con mayor dificultad, ¿habéis probado alguna vez a hacer algo mientras se está rabioso? Si no lo habéis hecho os digo que es complicado y que tiendes a romper lo que haces. Por suerte no rompí el ordenador, pero después de un rato, giré la pantalla del ordenador lo más que pude, que el cable del monitor se quedó tenso cual cuerda de tender, y lo puse para que desde el mostrador pudieran ver, que ahí no había ningún número de archivo.
El encargado miró la pantalla y contestó: ¡Ah! ya sé qué archivo es, lo han pedido más veces, y no tengo ni idea cuál es, ¿sabes de qué va?
Srta. Aristas: eh... no.
Encargado: ¿conoces a alguien que lo tenga?
Srta. Aristas: pues no ( que aquí pensé, si conociera a alguien que lo tuviera me lo habría fotocopiado ya)
Encargado: Pues nada, si encontráis el archivo que es avisadme.
Srta. Aristas: vale...

Y así, roja como un tomate, habiendo soportado risitas de la juventud al ver mi ineptitud ante el nuevo sistema y sin apuntes salí de ahí, pero eso sí, de todo esto saqué dos lecciones: ¡en la vida me vuelvo a reir de una persona mayor que no sabe usar el móvil o el mando de la tele! ¡En la vida! Y, las dificultades se pasan mejor en compañía, aunque si son dificultades vergonzosas mejor pasarlas solos que así no hay testigos.

1 comentario:

glow dijo...

jajaja me imaginaba que escribirias sobre ello, fue genial :D